CUANDO LOS PADRES SE PELEAN, DEJAN HERIDAS INVISIBLES EN LOS HIJOS
La relación entre los padres no sólo influye en ellos mismos, sino que moldea profundamente el mundo emocional de sus hijos. Cuando esta relación está marcada por el conflicto constante, la frialdad o la violencia —incluso si es silenciosa o pasiva—, los hijos lo absorben como esponjas, muchas veces sin poder verbalizar lo que sienten.
Crecen en un ambiente de tensión, donde el amor puede sentirse como algo incierto, condicional o peligroso. Esto no sólo les genera inseguridad, sino que también condiciona su visión del amor, de los límites y del respeto. Aprenden, muchas veces sin saberlo, a repetir lo que vieron: evitan el conflicto o lo buscan compulsivamente; se vuelven fríos o excesivamente complacientes; desconfían del otro o se aferran por miedo al abandono.
Los síntomas no siempre son inmediatos. Pueden aparecer como ansiedad, agresividad, retraimiento, baja autoestima o incluso síntomas físicos (dolores de cabeza, estómago, insomnio).
¿Qué se puede hacer?
1. Trabajar la conciencia parental: Reconocer que los hijos no necesitan padres perfectos, sino adultos que sepan reparar, disculparse y crecer.
2. Separar la pareja de la parentalidad: Aunque la relación de pareja termine o atraviese crisis, el rol de madre/padre debe seguir siendo colaborativo y respetuoso.
3. Fomentar espacios seguros de expresión: Permitir que los hijos hablen sobre cómo se sienten, sin invalidar, minimizar ni usar esa información en su contra.
4. Buscar apoyo profesional: La terapia familiar o el acompañamiento infantil son claves para desactivar patrones tóxicos y restaurar vínculos sanos.
5. Romper el ciclo transgeneracional: Revisar la historia personal de cada progenitor ayuda a evitar que repitan lo que vivieron sin darse cuenta.
Un hogar no necesita ser perfecto, pero sí suficientemente amoroso y seguro. Los conflictos son parte de la vida, pero cómo los manejamos es lo que deja huella.
#CaminarDiario
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